Durante varios días las protestas se intensificaron, miles de trabajadores marcharon entre las polvorosas calles de Guayaquil exigiendo el aumento de los salarios y un mejor porvenir. Nadie pensó que ese día 15 de noviembre la voz de los obreros sería apagada cobardemente en una gran masacre que nunca sería olvidada en la memoria del pueblo.
Los batallones del ejército recibiendo órdenes del presidente José Luis Tamayo, dispararon temerosamente a la muchedumbre. Mujeres, niños y ancianos fueron asesinados; luego del cruel festín de pólvora y sangre, cientos de cadáveres de huelguistas fueron lanzados al río Guayas una vez abiertos el vientre para que no refloten. En cambio, otros cuerpos fueron arrojados en fosas comunes del Cementerio General.
No se sabe con exactitud cuántos muertos hubieron ese día, la prensa que aquella época tal como los militares ocultaron el número exacto de asesinados: Algunos historiadores dan como dato entre 200 y 500 muertos, Alfredo Pareja Diezcanseco señala que fueron más de 1000.
Es hasta cierto punto curioso, pero no existen, o no se conocen, fotografías ni archivos fílmicos del momento exacto de la masacre, solo nos queda dos imágenes de la marcha, que fueron tomadas horas antes de la matanza.
Lo extraño está que en durante todo el desarrollo de la huelga, la prensa tiene todo un despliegue informativo y fotográfico de la huelga obrera. Para 1922 el cine ya estaba instalado en Guayaquil y es bastante probable que la huelga de los obreros haya sido filmada, siendo este un acontecimiento de suma importancia, pero no hay registro de lo uno ni lo otro.
Días antes, la noche del 13 de noviembre Guayaquil se encontró totalmente a oscuras debido al paro de los trabajadores en la planta eléctrica y en planta de Gas. De igual forma, Guayaquil se encontraba prácticamente incomunicado por que la Asamblea General de Trabajadores de Guayaquil, que incluía a tipógrafos y voceadores, había decidido que los periódicos salgan por última vez el amanecer siguiente.
A la huelga se habían unido los conductores de carros, del ferrocarril, trabajadores de las fábricas, las piladoras, la cervecería, la jabonería y de los aserríos. Es decir, la ciudad se había paralizado completamente, entusiasmada por la victoria de los obreros ferroviarios, en el mes anterior.
El día 15, más de treinta mil personas protestaron en la ciudad, su objetivo era mejorar el trato que reciben en sus trabajos y un mejor sueldo. La crisis económica internacional estaba afectado al país: el precio del cacao, principal producto de exportación, cayó de 26 a 9 centavos en dos años. Los problemas se empeoraron con la plaga de la escoba de la bruja que afectó a las plantaciones cacaoteras. La burguesía dueña de las tierras explotaba más y más a los campesinos; otros fueron despedidos, obligando a migrar a las grandes ciudades.
Al otro lado del mundo la esperanza renacía para los explotados, en Rusia cinco años antes, los trabajadores habían triunfado, convirtiéndose en el primer país socialista del mundo. La revolución bolchevique de 1917 traía consigo la lucha por la libertad y la justicia en el mundo, influyendo la acción y el pensamiento revolucionario en Latinoamérica.
Años después de la masacre, herederos de esta lucha nacería en 1926 el Partido Socialista, que posteriormente se denominaría en 1931 Partido Comunista del Ecuador y cada 15 de noviembre aparecían navegando sobre el río varias cruces de madera, probablemente siendo esta la última esperanza del pueblo ecuatoriano, tal como lo plasmó en las páginas de la literatura, el escritor y dirigente comunista, Joaquín Gallegos Lara, en su más grandiosa novela “Las cruces sobre el agua”. El combate contra el sistema y la constante lucha de un pueblo enmarca la trama. La novela de Gallegos es una fiel representación de los hechos sucedidos aquel trágico noviembre y el puntal que el pueblo tomaría para continuar en este lucha por la construcción de una nueva sociedad.
Por: Miguel Cantos
Secretario Nacional de Organización de la JCE