“El procedimiento siguiente de la prensa burguesa es siempre y en todos los países el más corriente y el más ‘seguramente’ eficaz: mientan, griten, hurlen, repitan la mentira, siempre quedará algo.
Vladimir Lenin, Pravda N° 32, 14 de abril de
1917.
Los medios de comunicación dentro del sistema
capitalista son instrumentos de propaganda al servicio de la clase dominante,
para garantizar y sostener la estructura política y económica de su clase, a
través de la información que sus medios crean en los entornos sociales para
imponer un criterio desde el poder en una supuesta opinión pública.
En momentos de rupturas sociales y políticas,
movilizaciones populares, huelgas de trabajadores o confrontaciones
electorales, los medios de comunicación privados crean orientaciones mediáticas
para la protección de los interés de las oligarquías nacionales. De esta forma
logran sustentar entre la opinión pública una hegemonía económica y política a
través de la instrumentalización de los medios de comunicación para intentar
desarticular las luchas po
pulares.
Los días siguientes de la masacre del 15 de
noviembre los principales diarios a nivel nacional El Comercio y diario El
Universo mantuvieron una línea editorial a favor del gobierno de José Luis
Tamayo frente a los hechos acaecidos en Guayaquil, impregnaron un discurso doctrinal a favor de
la democracia y la pacificación social, argumentando que la violencia fue
iniciada por los obreros y quienes se vieron a utilizar la fuerza fueron policías
y militares.
Aquella clase dirigente (la banca guayaquileña)
controló la información posterior a la masacre, información gráfica y textual
que fue manipulada, para mantener su poder político y evitar mayores movilizaciones
en otros sectores del país. La prensa creó su propio modelo de propaganda
gubernamental para acallar la crítica popular a nivel nacional, tratar de aquietar
las opiniones divergentes y marginalizar la crítica desde las organizaciones
obreras. Pero es desde que aquellos sectores populares, desde lo subalterno
donde se disputa la información creada y se desarrolla una ofensiva
comunicacional para propagar la matanza, denunciar a sus ejecutores y llamar a
la organización cada vez más fuerte de los trabajadores ante el silencio
cómplice de los partidos liberal y conservador, y la complicidad financiera de
las oligarquías a los medios capitalistas de comunicación.
Uno de esos propagadores de la verdad fue Alejo
Capelo Cabello, poeta obrero, tipógrafo y militante anarquista, fue el fundador
de la Federación Regional de Trabajadores del Ecuador F.T.R.E. Con una combatividad revolucionaria implacable
publicó el libro “15 de Noviembre: una jornada sangrienta”, donde su testimonio
presencial de la masacre pone al descubierto telegramas que el presidente
Tamayo dirige al general Barriga para que aplaque la manifestación que
concentraba a más de treinta mil manifestantes en las calles céntricas de
Guayaquil y que fueran reprimidas a punta de bala.
“El 15 de noviembre hizo el milagro de apartar las clases. El pueblo
aprendió a conocer quiénes son, por siempre, sus mortales enemigos. El pueblo
sintió en el sabor y en las salpicaduras de su propia sangre, el hálito de Dios
creando al hombre a su imagen y semejanza. El pueblo miró, en aquellos
convulsos momentos, quiénes eran los que le disparaban ocultos desde sus
ventanas, y de qué clase social eran las manos blancas que aplaudieron a la
soldadesca sanguinaria que cantando aires marciales desfilaron a lo largo de la
siempre ensangrentada avenida Nueve de Octubre”.
Ricardo Paredes, fundador del Partido Comunista
del Ecuador, denunció internacionalmente la masacre del 22 y el papel que
jugaron los medios de comunicación en aquellos días, a través de su informe
sobre la situación del movimiento obrero en Ecuador durante el cuarto congreso
de la Internacional Sindical Roja en 1928, donde señala que:
Cuando fue conocida la noticia del crimen perpetrado por la burguesía y
su gobierno, los obreros de diversas ciudades de la república descendieron a la
calle para protestar. En Quito y Riobamba, la policía dispersó violentamente
las reuniones obreras. La prensa burguesa hizo la conspiración del silencio
alrededor de estos trágicos acontecimientos.
Entonces se empezó a perseguir a los jefes obreros; ciertas
organizaciones fueron disueltas, y el Movimiento Obrero de Guayaquil se
debilitó grandemente. Pero, por lo menos, las matanzas del 15 de noviembre
tuvieron como resultado la inspiración al proletariado de Guayaquil de un odio
irreductible hacia la burguesía. Se puede decir que, a partir de ese momento,
perdió todo el apoyo de las masas. El 15 de noviembre de 1922 iluminó a todo el
país con los de Guayaquil y señaló la entrada del proletariado ecuatoriano en
la vía de la revolución social..[1]
[1]
Ricardo Paredes. El Movimiento Obrero en el Ecuador. La Internacional Sindical
Roja. No. 1, agosto 1928, París, pp. 76-81
Autor: Miguel Cantos Díaz
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